lunes, 30 de abril de 2012
DOS MINUTOS
DOS MINUTOS
“Señor [...] ¡dame entendimiento, conforme a tu palabra!” (Salmo
119:169).
Si solo tuvieras dos minutos para brindar esperanza a alguien desanimado
¿qué dirías? ¿Qué puedes decir en dos minutos de manera que tus
palabras alienten un corazón?
Este fue el desafío que enfrentó Abraham Lincoln cuando participó en
la ceremonia de dedicación del Cementerio Nacional para Soldados de la
ciudad de Gettysburg. Era el 19 de noviembre de 1863, poco después de
la batalla de Gettysburg, durante la Guerra Civil norteamericana, en la
que ya habían muerto miles de soldados.
El caso es que Lincoln, aunque era el presidente de la nación, no
había sido invitado a la ceremonia. Y cuando avisó que iría, el
orador principal ya había sido seleccionado. Es así que, por pura
cortesía, le pidieron que «dijera algunas palabras» apropiadas para
la ocasión.
¿Y quién sería el orador principal del evento? Nada menos que Edward
Everett, el mejor de su clase. Cuentan los historiadores que ese día el
discurso de Everett duró una hora y 57 minutos, y usó 13,609 palabras.
Cuando terminó de hablar, la multitud le brindó una gran ovación.
Entonces vino el turno de Lincoln. ¡Vaya problema! Tener que hablar
después del soberbio discurso de Everett. «Hace ochenta y siete años
—comenzó diciendo— nuestros padres hicieron nacer en este
continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al
principio de que todas las personas son iguales…».
Su discurso duró poco más de dos minutos. Menos de trescientas
palabras. Pero cuando Lincoln tomó asiento, el tiempo pareció
detenerse.
¿De qué habló Everett ese día? Nadie se acuerda. El discurso de
Lincoln, en cambio, es hoy considerado uno de los más grandes de la
historia. Y solo le tomó… poco más de dos minutos.
Dos minutos que nos enseñan la gran lección de que en esta vida no es
la cantidad lo que cuenta, sino la calidad. No es la extensión, sino la
profundidad. No es la apariencia, sino la esencia. Y, ¿por qué no? No
es la personalidad, sino el carácter.
No te dejes impresionar por quienes necesitan de dos horas para expresar
lo que piensan; o de cinco talentos para poder completar su tarea.
Preocúpate por hacer lo mejor que puedas con tus dos talentos… o con
tus dos minutos. Porque no es la cantidad, sino la calidad, lo que
cuenta.
Señor, que en todo cuanto realice hoy tenga el sello de calidad del
cielo.
Iglesia Adventista del Séptimo Día de Barandillas
E-mail: info@iglesiaadventistabarandillas.org
Web: www.iglesiaadventistabarandillas.org
San Pedro Sula, Honduras
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